DIOS NO NECESITA SER CREIDO

Sea por provenir de una familia católica profundamente practicante o por ser simplemente un humano, siempre he tenido presente la idea de Dios y constantemente reflexiono sobre su existencia y su presencia.

Desde muy joven deserté de las convicciones católicas, e incluso cristianas, en la manera que sus administradores recomiendan. Me quedo con el mensaje ejemplarizante del protagonista del Nuevo Testamento y su núcleo resumido en la frase “Amar al prójimo como a tí mismo”.

Mi principal duda no se basaba en la pertinencia de un Dios que permitía las atrocidades humanas de este mundo, eso siempre tuve claro que era decisión suya. Se basaba en la discriminación que suponía para los humanos que a lo largo de la historia no les llegó el mensaje de Dios y no eran, por tanto, bautizados ni cumplir otros sacramentos; lo que significaba estar en pecado mortal y sin posibilidad de confesión, arrepentimiento ni absolución; así que no tenían derecho a la vida eterna ni a otra oportunidad mediante la reencarnación por no estar previsto más que para Jesucristo. Podían ser más buenos y santos que cualquiera de los papas y sus delegados, pero nadie se ofreció a regarles con agua bendita por la cabeza. Todo eso por el mero hecho de haber nacido en otra civilización o antes de las venidas de cualquier mesías.

Entre mi prematura y larga formación religiosa y lo que alcancé a leer de la Biblia, concluí que se trataba de una recopilación de historias, leyendas, alegorías que sirven para fundamentar y justificar las creencias, tradiciones, organización y leyes de una tribu inicial que acabó siendo nación. Nación que tuvo, por lo menos en lo ideológico y religioso, una influencia mucho más que notable en las naciones de nuestro entorno.

Investigando otros conocimientos religiosos y hurgando en mi interior, deduje que Dios no podía ser resumido en ningún libro, solo podía ser una experiencia y que esta no le podía ser negada a nadie, es más, es propiedad inajenable de cada uno.

Mi experiencia me lleva por diversos imaginarios sobre Dios. A veces como un Dios ausente, encerrado en sí mismo; otras como un Dios novato que no sabe bien qué pretende; o en construcción, aunque denote que suponga que exista atrapado en la misma dimensión temporal que nosotros, o que dé a entender que somos los humanos los que necesitamos construir un Dios a quien descargar nuestras responsabilidades y angustias existenciales.

Otros imaginarios, más humanamente arrogantes, pasan por creer que todos somos dioses, que somos como una partícula de él que, en definitiva, es también su totalidad; la unión perfecta de lo individual y la unicidad del cosmos en un sentimiento interno y profundo que traspasa los límites dimensionales del tiempo y del espacio. Todo un alivio sentirse inmerso en el cálido y luminoso magma del no nada.

Para algunos, no tener una idea clara de Dios, o aventurarse a imaginarios irreverentes, les causa desasosiego y hasta culpa. No es mi caso, siempre me imagino un fondo bondadoso de Dios y hasta jocosamente entretenido con las ocurrencias humanas sobre él. Creo que siempre lo verá mejor que no otros imaginarios que permiten cometer atrocidades en su nombre. De todos modos es simple divertimento y a poco lleva; porqué Dios es indefinible por definición (y disculpen la redundancia).

Con mi habitual estilo de darle la vuelta al calcetín, o mirando en la dirección opuesta; en lugar de pensar en nuestra necesidad de Dios, un día se me ocurrió pensar en qué necesidad tenia él de crearnos si tan todo y absoluto es. De pronto me asaltó la idea que Dios nos creó para conocerse a sí mismo. Ahí la dejo, me parece una idea muy interesante y puede que conecte con la unicista de que todos somos dios. Es muy abierta y da mucho juego. A veces me parece que permite entrever cierta lógica entre libertad, responsabilidad y destino.

Otro día, paseando solitario por encima de un pequeño camino hecho sobre las rocas donde el mar rompía sus olas, calmoso aun pero con nubes amenazantes a lo lejos y ya oscureciendo, reflexionaba sobre las explicaciones naturales de la existencia que nos aporta la ciencia desde el Big Bang. Observaba el paisaje y escuchaba los sonidos, tanto de la naturaleza como de las gentes del puerto cercano y el tintineo de mástiles de los veleros amarrados, el viento se iba acercando. No, ninguna ola salvaje y traidora me arrojó al mar sufriendo ningún percance vital que me transformara espiritualmente. Pero maravillado con la observación sentí lo que muchas veces intento; mi mente racional y el irracional se pusieron a bailar armoniosos acariciándose deseosamente. Concluí que Dios no existía, lo vi claro y contundente, no había duda. Y en la plenitud de ese convencimiento me afloró una pequeña sensación, muy agradable y satisfecha, casi imperceptible pero inmensa, conecté con ese todo único que no requiere explicación. Desde entonces digo que Dios es la sensación que queda cuando concluyes que Dios no existe. Interpreto, pues, que Dios no necesita ser creído.cimg3278d.jpg