ABOGADO DE LA NEGATIVIDAD

Por ‘Abogado del Diablo’ entendemos  aquel que, sin creer su inocencia, se decide por defender algunos aspectos menos malintencionados de la persona, entidad o concepto que damos unánimemente por culpable y gravemente lesiva para el conjunto de la humanidad.  Sirve para entrever razones que la obsesión por sentenciar y castigar la culpa no deja vislumbrar. Algunas veces, con su ingrato oficio, se descubren inocencias de causas que, si no, serian perdidas, y que han marcado puntos de inflexión en el pensamiento humano a lo largo de la historia cuando nos han reflejado nuestro miedo colectivo al cambio.

Pues bien, con la misma intención, me erijo en Abogado de la Negatividad, eso que tanto odiamos por lo mal que nos sienta: nos produce malestar y parálisis, nos quita energía y nos engulle a su caverna de la tristeza. Unos dicen que es el miedo en sí, otros nuestros fantasmas internos, otros el lado oscuro. Pero nadie sabe decirnos con exactitud su naturaleza y origen.

Que algo o alguien sea calificado de negativo es casi un desplante y la antesala de la marginalidad. Se procura obviar hablar de la negatividad, es feo e incluso de mala educación. Hay quien huye despavorido, se le retuerce la boca y gesticula muecas de horror. Otros, más reflexivos, se hacen el despistado y cambian de tema; la mayoría de ojeadores de este texto ya habrán abandonado su lectura. Mientras, circulan innumerables frases proponiendo ser ‘positivo’, nos llenamos la boca de esta palabra, se publicitan seminarios y cursillos de ‘pensamiento positivo’, nos exigimos unos a otros ser ‘positivos’ y llegamos a competir para parecerlo más que nadie. Parece que todo lo tenemos que dividir en dos columnas, la positiva y la negativa para enviar esta última a la papelera de reciclaje configurado en modo de irrecuperabilidad automática. La negatividad necesita un abogado.

Montones de gente se avergüenzan cuando les invade la negatividad, unos se encierran y desaparecen un tiempo, otros lo niegan por mucho que se les note, más otros se bipolarizan en un esfuerzo por superarlo. Pero ninguno lo confiesa. Mis pocos amigos son aquellos que se me muestran tal cual se sienten en esos momentos y, así mismo, saben aguantar los míos.

No ha sido así en otros momentos de nuestro pasado. Cuando llegar a viejo era una lotería que a muy pocos tocaba y la muerte nos visitaba casi a diario entre nuestros parientes y vecinos. Y cuando los niños veían caer muertos por la calle. Hoy se los escondemos para evitarles la negrez de la vida no sea que se les despierte la melancólica negatividad y les marque el provenir. La muerte, lo único seguro que hay, la negamos como realidad.

¿Y porque la tememos tanto? Nos aterra. La imaginamos como algo en lo que si caemos ya no salimos o es muy difícil; como si fuera una tentación que hay que evitar, hasta un pecado. Pero ¿cómo algo que nos sienta mal nos puede tentar? Parece que haya cierta estética atractiva en la negatividad que nos atrae; y además persistente. Nos intenta mostrar otro mundo paralelo al nuestro, mundo que no coincide con el que percibimos como real, auténtico. Paralelo al mundo que acordamos con los demás que es el real y tememos no ser reconocidos si nos separamos unos centímetros.

La negatividad es aquello que cuando se instala nos hace ver las cosas de manera radicalmente diferente, generalmente pesimista, nos quita los colores de nuestras ilusiones y las pone feas, les resta importancia y nos las muestra ridículas cuando no peligrosas, cogemos miedo. Sea como sea, la negatividad nos persigue a casi todos, y mucho me temo que si no la aceptamos de frente nos entrará por la puerta de atrás y nos descubriremos, más tarde que pronto, el lobo disfrazado de cordero: la negatividad como forma retorcida de positividad cuando descubrimos que nos hemos engañado a nosotros mismos. ¿Tan sibilina y malvada es?. Para cumplir con mi defendida debo decir que NO, y propongo otras preguntas: ¿Por qué somos tan débiles ante su presencia y huimos? ¿No nos dice la positividad que somos tan geniales y fantásticos y podemos con todo? ¿Y tememos a un fantasma?

Seamos fuertes y escuchémosla, algo tendrá que decir, para algo servirá, alguna razón tendrá. ¿Por qué hemos de creer que siempre ha de haber un opuesto al que culpar? ¿No puede ser una simple opción más? ¿No vamos a pedir una segunda opinión a otro médico antes de decidir? Puede que de eso se trate, de decidir; de escuchar, reflexionar y decidir con plena conciencia de toma de riesgos en lugar de seguir un idealizado destino-suerte al que nos creemos ser llamados descargándonos de responsabilidad.

¿Cuánto positivista había antes de explotar la burbuja inmobiliaria y la crisis? ¿Cuántos de estos están atrapados en esas insensatas hipotecas? ¿Cuántos negativos argumentos se dejaron de escuchar? ¿Cuánto se hubieran agradecido hoy haber hecho caso? Señores del jurado, no es mi intención limpiar a mi defendida con la suerte de otros, si en ese momento mis circunstancias hubieran sido otras, probablemente también hubiera caído en esa oleada de positivismo económico y ahora estaría lidiando con mi hipoteca o mi desahucio. Pero que conste en acta que el positivismo tiene culpas que, por mucha buena fama y carisma que tenga,  no deben quedar impunes.

Ante este empate, señores del jurado, propongo absolver a los dos o condenarlos conjuntamente al eterno diálogo. Pero si aun necesitan un culpable, les sugiero que miren a otro más escondido en nuestro interior, que ni se nota, a uno muy silencioso que apenas nos cuchichea al oido, para nada destaca. La culpo de evitarnos escuchar todas las partes positivas y negativas y reflexionar antes de decidir, la culpo de obviarnos esfuerzos y sacrificios necesarios para dar vida a nuestra vida con nuestras decisiones: La pereza…sobretodo la intelectual.